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Wednesday, 19 June 2013

EL RESCATE DEL VAGO

Recientemente he estado triste debido a la traición inherente de un pretendiente fallido. Un pretendiente mucho más anciano que yo, que ha visto tiempos mejores, indeciso, casado, ivonneado y que me hacía preguntas que me ponían a pensar en mi foreveraloness.
Ayer fui por mi hija a Plaza Insurgentes. Íbamos a tomar el metrobús cuando saludó a su amiga Cam. Cam es todo un caso. De padres divorciados, ella elige a ninguno, así de dañados están. Yo la conocí cuando fue a pasar un par de días en casa debido a historias tenebrosas y poco claras que solo sirven para acrecentar mi imaginación. Bueno, ahí estaba la buena Cam, larga, delgada, con su rubio cabello corto y su atuendo estrafalario luciendo conservadora al lado del muchacho que la acompañaba. No más alto que ella, con una chamarra de color inestable, una bufanda trapil de colores a modo de cinturón, jeans más sucios que cualquier par en el suelo de la recámara de mi hija y una camiseta como fondo de chamarra. Tenía unos lindos ojos sonrientes y un horrendo matorral de pelos castaños en la cabeza que alguna vez, limpios y cepillados funcionaban como cabello. Pero afable y tal vez algo intoxicado nos sonrió y nos saludó. Cam hizo los honores de anfitriona y nos presentó. --Raquel, su mamá, (o sea, yo) y entonces el muchacho aquél dice, --¿No es su hermana? Y yo sentí un extraño enrojecimiento en las mejillas. Neeeeeee, alucines míos, pensé.
Nos subimos todos al Metrobús. En el vagón de hombres porque íbamos acompañadas. Silencio incómodo (todo en el metrobús es incómodo.) Y de repente, Cam dice, --Raquel dibuja muy bien.
--¿Oh, qué te gusta dibujar?
--Retratos. -- No captó la palabra. Tartamudeó para pedir una explicación. Su acento fue mucho más evidente.
--No eres de aquí, ¿verdad? ¿De dónde eres? --preguntó la pequeña hija.
--De aquí, estoy aquí, soy de aquí. --Respondió el evidente extranjero. Reconocí su acento francés, o de lenguaje francés. Era canadiense.
--¿Y tú, hermana, dibujas?
--Es su mamá,--dijo Cam.
--No, yo dibujaba cuando era de la edad de Ame, ahora ya no.
--¿Cómo te llamas?
--Claudia-- pronuncié con cuidado, porque a los extranjeros mi nombre siempre les causa confusión.
--Claudia--repitió con cuidad y muy bien. No, no alucinaba porque Cam y Raquel pusieron cara de ¿qué pasa aquí?
Y nos enfrascamos en una discusión acerca de lo que implica escribir cuentos autobiográficos o basados en personas y situaciones reales. Llegamos a nuestra estación y decidieron bajarse con nosotras. Ellos iban al parque México, había dicho Cam. Pero al bajar, de repente Cam decidió que mejor se iba hacia la Nápoles.
Una vez fuera de oído, Ame preguntó, -¿Qué pedo? ¿Te estaba ligando?
--¡Sí! Me morí de la risa.
Y mi autoestima, mi ego, quedaron salvados por la mirada admirada de un vago canadiense que iba de paso por México en su azarosa vida, quién sabe a dónde.

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Palabras que fluyen, huyen y en algún lado tienen que acabar.