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Saturday 25 November 2017

Sobre la llamada obscena

Todo lo que sucedió esta mañana me ha hecho pensar en la libertad de expresión y en la discreción y en lo difícil que es poner límites en la edad adulta.
    Resulta que me fui a desayunar a mi sitio favorito de ya hace un mes. Todo iba muy bien hasta que escuché, -Buenos día, ¿cómo estás?
Lo escuché, no estaba de metiche porque yo llego y me meto a Facebook desde mi celular. Simplemente, el tipo hablaba de modo que se escuchaba, era cero discreto y por lo tanto imposible no escucharlo, además solo estaba él, el mesero y el dueño-cocinero. Yo seguía comiendo mi pan con mermelada de piña con anís.
Me trajeron mi café que olía delicioso y entonces el tipo nefasto empezó, -Súbete un poco la falda, ándale. Para mí.
Ahí sí, yo pensé, -¿Qué onda?
Y como le insistía a la persona del otro lado del teléfono, supongo que se hacía la rejega. Realmente era desagradable.
Traté de ignorarlo como siempre me han dicho, -Tú no hagas caso. Pero me vino ese enojo y pensamiento, -¿Por qué? A mí qué me importa si el fulano tiene su novia y se llevan así. No me interesa saber su vida sexual, (ni no-sexual, para el caso es lo mismo). ¡Me valeeeeee! Entonces publiqué en Facebook lo de la llamada porno. Y me enojé y voltée a ver al tipo directo a los ojos con cara de maestra que te va a reprobar y entonces escuché que dijo, -Bueno mándame esas fotos y te cuelgo. Voy a desayunar, luego te marco. Insisto, no estaba yo de metiche, prácticamente me estaba taladrando el oído. ¿Qué hacer en esas situaciones?
Digo, no soy inocente palomita, pero no estoy lanzando al público mis asuntos personales (aunque sí al escribir y publicar esto) de un modo que viole la privacía de los demás. Es decir, sí, al publicar cosas como esta lanzo al público mis asuntos, pero ya ustedes deciden si las leen o no. Yo no tenía esa opción. No supe qué hacer. ¿Ustedes qué harían? En serio. No es un modo de terminar la anécdota. ¿Qué harían en una situación incómoda?

¿Por qué Thanksgiving?

El martes antes del jueves 23 en el que cayó Thanksgiving este año, estaba cenando con mi madre y mi hija. Mi madre me anunció que iba a ir con mi Tía Lydia para comer de Thanksgiving. Mi hija, que está en la edad arrogante-rebelde-idológica espetó de ese mismo modo y un tanto despectiva, -¿Por qué celebran Thanksgiving? No somos gringas y además masacraron a los indios, no está padre, no hay nada que celebrar.
       De acuerdo.
       Y lo que le contesté fue que obvio, tenía razón, pero que al menos mis razones muy personales y particulares venían de tomar una fecha ya establecida para hacer un alto y reflexionar en lo bien que últimamente va mi vida. Simplemente hace unos seis años mi vida era otra. El frío era doble, el hambre se sentía muy aguda, mis pies lloraban por la falta de zapatos y cosas así.
       Este años tengo muchas cosas que agradecer:
1. Mi trabajo que me permite vivir una vida tranquila y relajada y por supuesto estresada, sino qué chiste.
2. Unas amigas que son como hermanas y que hacen que cada día de trabajo sea divertido.
3. Una hija talentosérrima que a la primera entró a La Esmeralda y que aprovecha cada clase y cada día con una pasión desbordante y contagiosa y que me alegra el alma más que nada.
4. Una madre que aunque achacosa está bien y sana y es alegre y goza la vida.
5. Un perro que se alegra en cuanto me despierto y eso hace que mi día sea más bonito y que llegar a casa sea una fiesta.
6. Un gato calientito y amable, que me cura todo con sus ronroneos.
7. Un amigo al que le confío mi vida entera mientras él me desparrama alcohól, botanas y todos su cariño y apoyo incondicional.
8. Unos amigos testigos y acompañantes desde mi niñez con los que aunque no salga tan seguido como quisiera, disfruto cada que los veo.
9. Un departamento chiquito y con ventanas a la calle que me permiten que el sol me calcine o simplemente me caliente y donde está mi cama que es el amor más grande en este mundo.
10. Un amor, que no estoy segura que sea amor, pero que me ilusiona y me saca la sonrisa cada vez que me escribe un mensajito o cuando ahí de repente me llama y obvio cuando me visita.
11. Y la paz y la salud y el bienestar.
12. Y esta compu que ya pagué y mis lentes nuevos que son una verdadera maravilla.

Wednesday 1 November 2017

Noche de muertos

Me acuerdo cuando era niña y mi abuelita Elodia ponía su ofrenda en la noche de muertos. Era de lo más sencilla: agua, una veladora grande y copal. Nada más. Mi abuelo se burlaba de ella y decía que era costumbre de indios. Crecí convencida de que eso era equivalente a ignorante, al mismo tiempo que en la escuela me enseñaban el Halloween como la parte cultural de la enseñanza del inglés. Después me tocó ser maestra y vi de qué modo todo cambió. De repente, en plena edad adulta estalló ante mí el rescate del orgullo de la ofrenda, el altar y el Día de Muertos, así: con mayúscula. Y me enamoré. Las flores, el agua, el copal, la sal, la comida, la bebida, las fotos: el amor, el cariño.
Esta tradición no es una celebración de la muerte, es una celebración de la vida, de las raíces, de quienes somos y de dónde venimos, de por qué somos quienes somos.  Se trata de saber que somos más allá de nosotros, que somos un eslabón de una cadena que viene de mucho más lejos.
Para mí esta tradición se convirtió en un enlace muy fuerte con mi abuela paterna. La readopté. Me lancé al mercado a comparar las flores, las moradas que parecen de terciopelo y por supuesto el naranja y de aroma amargo, el cempasuchitl. Me lancé a comprar el papel picado, el pan de muerto -que hasta hice en alguna ocasión-, las calaveritas de azúcar, las veladoras, guayabas y otras frutas. Y cada año esperaba a mis muertos, a mis viejos, a mis orígenes. Y fue creciendo en mi la convicción, la certeza, el deseo de sentirme acompañada por ellos. La necesidad de que me visitaran. Como una especie de rendir cuentas. De detenerme a reflexionar en qué me he convertido, en quién. Y hoy les fallé. Mi falta de planeación me comió el tiempo y no hay nada. No hay flores, no hay colores, no hay olores ni sabores. y estoy triste, porque sé que van a venir, aunque no haya luz, aunque no haya foto, ellos vienen y me ven, pero tal vez estén tristes y decepcionados. O no. Tal vez se preocupen. No me imagino que lleguen a un lugar oscuro, desolado, que aparentemente los olvidó. No podría, nunca. Por eso escribo, porque así los vivo. Los pienso. Los tengo presentes. Y aprendí mi lección. No me vuelve a pasar. Planearé más.
Porque mis fantasmas no vienen a asustarme, mis espíritus vienen a visitarme, a saludarme, a quererme, a cerciorarse que todo esté bien, o no muy mal.
Mis abuelas no sé que dirían de mi relación con óscar. ¿Qué dirían? Después de todo, mi abuelita Lucha ya enfrentó una situación similar con mi tía Malena. ¿Qué me diría? ¿Y mi abuelita Elodia? ¿Se decepcionaría? ¿Y mi papá? ¿Estarían contentos con lo que he hecho de mi vida? ¿O simplemente me querrían porque así soy yo? ¿Qué sabiduría extra han adquirido?¿Qué saben ahora que no sabían?
Necesito llorar con mi abuelita Elodia. Creo que de todo el mundo es la que más me quería. Y la extraño tanto.

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Palabras que fluyen, huyen y en algún lado tienen que acabar.