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Wednesday 1 November 2017

Noche de muertos

Me acuerdo cuando era niña y mi abuelita Elodia ponía su ofrenda en la noche de muertos. Era de lo más sencilla: agua, una veladora grande y copal. Nada más. Mi abuelo se burlaba de ella y decía que era costumbre de indios. Crecí convencida de que eso era equivalente a ignorante, al mismo tiempo que en la escuela me enseñaban el Halloween como la parte cultural de la enseñanza del inglés. Después me tocó ser maestra y vi de qué modo todo cambió. De repente, en plena edad adulta estalló ante mí el rescate del orgullo de la ofrenda, el altar y el Día de Muertos, así: con mayúscula. Y me enamoré. Las flores, el agua, el copal, la sal, la comida, la bebida, las fotos: el amor, el cariño.
Esta tradición no es una celebración de la muerte, es una celebración de la vida, de las raíces, de quienes somos y de dónde venimos, de por qué somos quienes somos.  Se trata de saber que somos más allá de nosotros, que somos un eslabón de una cadena que viene de mucho más lejos.
Para mí esta tradición se convirtió en un enlace muy fuerte con mi abuela paterna. La readopté. Me lancé al mercado a comparar las flores, las moradas que parecen de terciopelo y por supuesto el naranja y de aroma amargo, el cempasuchitl. Me lancé a comprar el papel picado, el pan de muerto -que hasta hice en alguna ocasión-, las calaveritas de azúcar, las veladoras, guayabas y otras frutas. Y cada año esperaba a mis muertos, a mis viejos, a mis orígenes. Y fue creciendo en mi la convicción, la certeza, el deseo de sentirme acompañada por ellos. La necesidad de que me visitaran. Como una especie de rendir cuentas. De detenerme a reflexionar en qué me he convertido, en quién. Y hoy les fallé. Mi falta de planeación me comió el tiempo y no hay nada. No hay flores, no hay colores, no hay olores ni sabores. y estoy triste, porque sé que van a venir, aunque no haya luz, aunque no haya foto, ellos vienen y me ven, pero tal vez estén tristes y decepcionados. O no. Tal vez se preocupen. No me imagino que lleguen a un lugar oscuro, desolado, que aparentemente los olvidó. No podría, nunca. Por eso escribo, porque así los vivo. Los pienso. Los tengo presentes. Y aprendí mi lección. No me vuelve a pasar. Planearé más.
Porque mis fantasmas no vienen a asustarme, mis espíritus vienen a visitarme, a saludarme, a quererme, a cerciorarse que todo esté bien, o no muy mal.
Mis abuelas no sé que dirían de mi relación con óscar. ¿Qué dirían? Después de todo, mi abuelita Lucha ya enfrentó una situación similar con mi tía Malena. ¿Qué me diría? ¿Y mi abuelita Elodia? ¿Se decepcionaría? ¿Y mi papá? ¿Estarían contentos con lo que he hecho de mi vida? ¿O simplemente me querrían porque así soy yo? ¿Qué sabiduría extra han adquirido?¿Qué saben ahora que no sabían?
Necesito llorar con mi abuelita Elodia. Creo que de todo el mundo es la que más me quería. Y la extraño tanto.

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Palabras que fluyen, huyen y en algún lado tienen que acabar.